Exposition Maison de la Culture NDG. Montréal, 2022
Si volteamos a nuestro alrededor, veremos un desfile de actos aprehensores de nostalgia en busca de vencer el tiempo: la captura de imágenes se ha convertido en un evento tan cotidiano, que ya nadie se sorprende al ver a alguien levantar un móvil, para aprehender cada detalle del efímero cotidiano.
Tomamos fotos porque sentimos nostalgia, fue algo que señaló Susan Sontag hace más de 40 años en su ensayo Sobre la fotografía: intentamos aprehender la vida que amamos, ya fuere en piedra, papel o tiza, pero quedarnos con un fragmento contra el olvido, tal como en el mito corintio de Kora nos relata cómo dicha joven esposa, en su afán por conservar un recuerdo de su esposo que estaba por partir a la guerra, dibujó con carbón su silueta proyectada por el fuego del hogar en la pared, para no olvidar su imagen.
Pensar que en tan solo 175 años desde su invención, la fotografía nos acompañaría a una velocidad vertiginosa en nuestro afán de vencer la muerte y el olvido: finalmente no teníamos que aguardar a posar ante el estudio de un gran pintor, para poder obtener en una lámina lumino sensible el resguardo de nuestra mirada, el brillo de nuestra juventud, incluso el instante de nuestro cuerpo al momento de partir, como en el caso de los retratos familiares previos al sepelio, para encontrarse decenios después con la mirada perpleja y maravillada de nuestros descendientes.
Rebanadas de tiempo, un memento mori instamatic que, si bien no cuentan con un cráneo y una clepsidra como en algún bodegón antiguo holandes para simbolizar la fugacidad vanidad de la vida, nos habla de un instante irrepetible, que se deslizó cual agua entre los dedos pero de cual conservamos un atisbo, quizás por vanidad, quizás porque sabemos que tiene final. Qué lejos y cerca estamos del mito corintio de Kora, describiendo perfiles de aquello que amamos proyectadas por la luz de la vela de nuestro afán de vencer al olvido.
¿Qué consuelo nos ofrece la posmodernidad occidental que, si bien nos ha lanzado a una costa con los restos del naufragio de la modernidad, continuamos vagando en los confines de nuestra era, siendo los mismos seres frágiles que han caminado en esta tierra desde hace más de 65,000 años, pero sin la brújula de vivir de acuerdo a los ciclos, de tejer el vivir y el morir como el tránsito de transformaciones que se observan durante las estaciones en la naturaleza, sin que sean dictados por el eco artificial en la tendencia festiva de los escaparates de consumo?
Es justo durante este mes de octubre, donde en el hemisferio norte la llegada inminente del otoño invitaba a nuestros ancestros a reflexionar sobre el curso natural de los ciclos y su tangible etapa de final durante la temporada de la cosecha : a despedirse de la siembra, a cortar a ras con la guadaña las últimas espigas y mazorcas y vislumbrar, ante la llegada de la oscuridad, los umbrales que nos conectan con el gran misterio de esa noche cósmica que todo lo engulle, mientras las hojas de los árboles caen sin remedio, para convertirse en el humus donde resurgirá la primavera. Vida, muerte, vida. Ahí está, asomándose en los vestigios de las fiestas antiguas del final de la cosecha que han llegado hasta nuestros días, como el Día de Muertos en México, donde los panteones se alumbran durante una noche y se perfuman de festín y flores para honrar los huesos de los que partieron, abrazando las raíces que brotan de ellos. O la raíz de una celebración muy antigua de Irlanda y Escocia, y que al ser tan profunda persiste (aunque disfrazada de estética de horror fabricada en Hollywood), pues con la llegada de la oscuridad, el final de la cosecha y el regreso de las tropas ovinas al establo, el Samain de los antiguos celtas era una celebración que marcaba un nuevo comienzo, y dentro de esa noche oscura de partida, los fuegos de los hogares se extinguían, para que los druidas encendieran y compartieran la llama de un fuego nuevo, el calor que los abrigaría durante ese tránsito oscuro previo al invierno, donde los umbrales que nos separan con el otro mundo, el de las ánimas y los misterios, se hacían más delgados, permitiendo el tránsito de todos sus habitantes, preparando para ello una mesa generosa y hospitalaria para el posible reencuentro con los ancestros.
Hoy en día, los ecos de dichos rituales continúan cimbrando en nuestro presente, si bien de manera velada detrás de la sonrisa apenas iluminada de una calabaza labrada, el viento de otoño continúa azotando, y quizás somos como esos árboles mecidos por ese viento inclemente de transformación, presintiendo el fin de un ciclo, pero sostenidos por una honda raíz abrazada en el vientre de la tierra. Y el frío avanza, y la inmersión hacia el silencio invernal también.
Por ello, honremos este momento de ciclo, celebremos la transformación, el camino labrado porlos ancestros y las raíces que nos sostienen. En esta edición del Día de Muertos NDG 2022, PAAL nos ha invitado a un gran grupo de artistas y fotógrafos, a compartir nuestras reflexiones en torno a este ciclo de vida-muerte-vida a través del medio fotográfico: en las convergencias entre la transformación y las raíces, la mirada hacia los ancestros, el cuestionamiento metafísico ante el gran misterio que se esconde al final del camino humano, así como el ritual y el simbolismo para desmenuzarlo.
Así, a través de un viaje entre las vitrinas de los comercios, navegaremos entre diez instantes aprehendidos por la esencia cazadora de realidad que suele definir a la fotografía, y nos invita a sumergirnos en dicha reflexión, como ventanas efímeras de deliberación quasi metafísica, o umbrales adelgazados de otoño donde podamos sumergir nuestro temor al olvido y al gran misterio que a todos nos aguarda. Y quizás vislumbrarlo.
Yaen Tijerina
Montréal, QC.
Otoño MMXXI

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Si nous regardons autour de nous, nous pouvons apercevoir une foule d'actions qui, empreintes
de nostalgie, cherchent au fond à renverser le temps, voire à l'arrêter. Parmi celles-ci la prise
d'images en tous genres, qui est devenu un acte si courant que plus personne n'est surpris de
voir quelqu'un lever un téléphone pour capturer les détails d'un quotidien éphémère.

Nous prenons des photos par nostalgie, c'est ce qu'affirmait Susan Sontag il y a plus de 40 ans
dans son essai Sur la photographie : nous tentons de saisir ce que nous aimons de la vie, que
ce soit en le gravant dans la pierre, en le traçant sur le papier ou à la craie, pour en conserver
un fragment qui résiste à l'oubli, comme dans le mythe corinthien de Kora, jeune épouse qui,
pour garder un souvenir de son époux partant à la guerre, pour ne pas perdre son image,
dessina sa silhouette telle qu'elle était projetée sur le mur par la lumière d'une lampe.

Qui eut cru, au moment de son invention il y a 175 ans, que la photographie nous
accompagnerait, avec cette profusion et à cette vitesse vertigineuse, dans notre ambition de
vaincre la mort et l'oubli. Reste que, dès son avènement elle nous donna accès, sans attendre
d'avoir la chance de poser devant un grand peintre, à une plaque photosensible portant la trace
de notre regard, l'éclat de notre jeunesse, voire une dernière image de notre corps au moment
de notre départ, comme sur ces anciens portraits de famille précédant l'enterrement d'un
proche. Toutes images qui peuvent rencontrer des décennies plus tard le regard, perplexe ou
émerveillé, de nos descendants.

Tranches de temps, memento mori instamatic... nos photographies n'incluent peut-être pas un
crâne ou une clepsydre, comme l'ont déjà fait certaines natures mortes hollandaises pour
symboliser la vanité et la fugacité de la vie, mais elles nous parlent d'un instant qui ne reviendra
pas, qui nous a échappé comme l'eau d'entre les doigts, mais duquel nous conservons un
aperçu, peut-être par vanité, ou peut-être parce que nous savons que tout a une fin... Comme
nous sommes loin, et comme nous sommes proches à la fois du mythe corinthien de Kora,
traçant ainsi les portraits de ce que nous aimons, avec la lumière que produit la chandelle qu'est
notre ambition de vaincre l'oubli.


Quelle consolation nous apporte la post-modernité occidentale, qui nous a naufragés avec ce
qui reste de la modernité, nous qui continuons à errer aux confins de notre ère, pareils encore
aux êtres fragiles qui ont marché sur cette Terre il y a plus de 65,000 ans, mais maintenant
sans la boussole qu'apportaient les cycles naturels, sans le tissage de la vie et de la mort
comme étapes d'une grande transformation au rythme des saisons de la nature, avec à la place
l'écho et le reflet artificiels de festivités dictées par les vitrines du consumérisme ?

C'est durant le mois d'octobre que, dans l'hémisphère Nord, l'arrivée de l'automne invitait nos
ancêtres à réfléchir aux cycles de la nature et à cette étape qui est ressentie de façon très
tangible comme étant la fin de quelque chose : l'on dit au revoir à ce que l'on a semé, fauchant
les derniers épis de blé et de maïs, et l'on peut apercevoir, avant l'arrivée de l'obscurité
hivernale, le seuil de la grande Nuit Cosmique, ce grand mystère qui tout engloutit au final, alors
que les feuilles des arbres tombent, irrémédiablement, et s'apprêtent à se convertir en cet
humus duquel resurgira le printemps. Vie, mort, vie... ce cycle est toujours prêt de nous et se
manifeste à travers ces traditions modernes qui portent encore les vestiges des anciennes fêtes
de fin des récoltes, comme le Jour des Morts au Mexique, où les cimetières s'illuminent pour
une nuit et se parfument de l'odeur des festins et de l'arôme des fleurs, tout cela pour honorer
les ossements de ceux qui nous ont quittés et célébrer les racines qui se sont plantées dans
leurs dépouilles, les fleurs qui en ont surgi. Ou encore cette fête très ancienne, venue d'Irlande
et d'Écosse, et qui est si significative qu'elle a persisté jusqu'à nos jours sous la forme de
l'Halloween, habillée d'une esthétique d'horreur par Hollywood : lors de l'arrivée de l'obscurité,
de la fin des récoltes et du retour des troupeaux de moutons à l'étable, le Samain des anciens
celtes était célébré, marquant un nouveau départ. Au cours de cette nuit qui séparait deux
périodes, les feux des foyers étaient éteints, afin que les druides allument un feu nouveau et le
partagent avec les habitants, un feu dont la chaleur pourrait les bercer au cours de cette
transition obscure qui précède l'hiver, pendant laquelle les limites qui nous séparent de l'autre
monde, celui des âmes et des mystères, devenaient plus ténues et permettaient le passage...
Une table généreuse était alors mise, en vue de la réunion avec les ancêtres rendue ainsi
possible.

Aujourd'hui, les échos de tels rituels s'entendent toujours, bien que de façon voilée, par
exemple à travers le sourire légèrement éclairé d'une citrouille sculptée. Mais le vent
d'automne souffle encore de façon insistante, et nous sommes peut-être comme des arbres
secoués par le vent cinglant d'une transformation inévitable, pressentant la fin d'un cycle, mais
soutenus par des racines profondes qu'embrasse le ventre de la terre. Et le froid avance, et
nous nous immergeons chaque jour un peu plus dans le silence de l'hiver.

Nous soulignons cette étape du cycle de l'année, célébrons la transformation et honorons le
chemin tracé par nos ancêtres ainsi que les racines qui nous soutiennent. Pour cette édition
2022 du Día de Muertos NDG, PAAL a invité dix photographes à partager leurs réflexions sur
ce cycle de vie et de mort à travers le médium photographique : points de rencontres entre
transformation et racines, regards vers les ancêtres, questionnements métaphysiques sur le
grand mystère qui se cache à la fin du cheminement humain, explorations des rituels et du
symbolisme...
C'est ainsi que, navigant d'une vitrine de commerce à l'autre, nous explorerons dix instants, tels
qu'ils furent appréhendés dans cette chasse à la réalité qu'est la photographie. Ces œuvres
nous invitent à nous pénétrer de leur réflexion, comme à travers les fenêtres éphémères d'une
observation métaphysique, ou des portails qui le temps d'une festivité peuvent, en nous rapprochant de l'au-delà, soulager nos inquiétudes face à la mort et au grand mystère. Et peut-
être nous en donner un aperçu.


Yaen Tijerina
Montréal, QC.
Automne MMXXI

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If we take a look around, we can notice a great many actions taking place that are rooted in
nostalgia and aimed, it could be said, at reversing or even stopping time itself. Among those,
picture taking is foremost, an act that has become so common place that nobody is surprised
anymore to see mobile phones raised in the air with the intention of seizing every details of a
daily life that is so ephemeral.

We are, when we take pictures, moved by nostalgia. This was the thesis of Susan Sontag in her
essay On Photography: we try to seize what we love in life, be it by carving it in stone, by tracing
it on paper or on some surface, using a piece of chalk. Doing so, we want to save a piece of it
from oblivion, like the young wife in the corinthian myth of Kora who wanted to keep something
of her spouse to help her remember him before he left for war, so she drew his silhouette right
on the wall, where his shadow was projected by the light of a lamp.

Who would have thought, when it was invented 175 years ago, that photography would
accompany us, profusely and with such a vertiginous speed, in our ambition to conquer death
and forgiveness. Still, on the time of its advent it started providing us - without having to wait for
the opportunity to pose in front a great painter, an opportunity that might never come - with a
photosensitive plate bearing a trace of our gaze, the radiance of our youth, or even one last
picture of our body right after our demise, like those family photos that were shot before the
burial of a close one. And all those images can be found, decades later, by our descendants,
who might be perplexed or amazed by them.

Slices of time, instamatic memento mori... our compositions may not include a skull or a
clepsydra, like some Dutch still-lifes did in a way that symbolised the vanity and transience of
life, but they bear the resemblance of an instant that will never come back, that slipped through
our fingers like water, and we keep this trace it left on a photo, maybe by vanity, or maybe
because we know that everything ends eventually... How far are we, but yet how close still, from
the corinthian myth of Kora, tracing the image of what we love, using the light projected by the
candle that is our ambition of conquering oblivion.


And what consolation does western post-modernity bring us, after having shipwrecked us with
what is left of modernity, we, still wandering on the frontier between two eras, very similar still to
the fragile beings who walked this Earth more than 65 000 years ago? We lack the compass of
the natural cycles that were their, or the weaving together of life and death like steps of a great
transformation, rhythmed by the seasons of the year. What we have is the artificial echoes and
reflections of festivities dictated by the glass displays of consumerism.

It's during the month of October that, in the Western hemisphere, the arrival of Autumn
prompted our ancestors to reflect upon the cycles of nature, upon this season in particular, felt
very tangibly to be the end of something: we part with what we had sowed, we cut down the last
ears of wheat and corn and we can, just before the coming of Winter's darkness, catch a
glimpse of the great Cosmic Night, this great mystery that engulfs everything in the end. Leaves
fall from the trees, irremediably, to be converted into the humus from which the next Spring will
come. Life, death, life... this cycle is never far from us and it is manifested through those
amongst the modern traditions that still retain the essence of celebrations of old, like the
mexican Day of the Dead, where cemeteries light up for a night, and get filled with the smell of
feasts and the fragrance of flowers, all meant to honour the bones of the ones who have left us,
and celebrate the flowers that have sprouted and taken root in their remains. There is also a
very old celebration, which came from Ireland and Scotland, so full of depth that it persisted to
this day in what is known as Halloween, be it dressed up with horror movies aesthetics dreamed
up in Hollywood. When the days started to shorten, when the harvest ended and the flocks
came back to the stable, the Samain of the ancient Celts was celebrated and a new beginning
was acknowledged. During that night, in-between two important periods, the fireplace was
extinguished in every household and the druids would light a new fire to share it with the
inhabitants, this fire which would comfort them through this dark transition just before Winter,
through that night during which the limits separating us from the other world would be thinner,
allowing passage towards this world to their ancestors. The table would be set generously to
welcome them and reunite with them...

We still can hear the echoes of such rituals nowadays, although somewhat muted, for exemple
through the faintly lit smile of a carved pumpkin. But still, Autumn's wind blows insistently, and
maybe are we like trees shaken by an unforgiving wind of change, sensing that the end of a
cycle is coming, but sustained by deep roots, embraced as they are by the belly of the Earth.
And colder days are coming, and we immerse ourselves a little more everyday into Winter's
great silence.

We highlight this part of the year's cycle, celebrate transformation and honour the path that was
laid by our ancestors and the roots that sustain us to this day. For this 2022 edition of Día de
Muertos NDG, PAAL invited ten photographers to share their reflexions upon this cycle of life
and death through the medium of photography: the relation between our transformations and
our roots, evocations of our ancestors, metaphysical interrogations of the Great Mystery that
awaits us at the end of our path, explorations of rituals and symbolism...
And so, navigating between shop windows, we will discover ten instants in the way they were
caught through this form of reality hunting that is photography. These works invite us to fill
ourselves with the product of their reflexion, as if through the ephemeral window of a
metaphysical observation, or through a portal which, for the duration of these festivities, can
connect us to the world beyond this one in a way that can alleviate our worries regarding death
and the Great Mystery, and even maybe provide us with a small glimpse of what they are.


Yaen Tijerina
Montréal, QC.
Autumn MMXXI
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